La Cuaresma nos enseña el modelo de vida cruciforme. Es un curso intensivo de 40 días de Teología de la Cruz.

La Cuaresma consiste en seguir a Jesús. Y Jesús iba camino de una cruz.

La Cuaresma es el cordón que une a Dios con nosotros y a Dios por nosotros.

La Cuaresma entrena al cristiano a distinguir entre la fiesta y el desenfreno.

La Cuaresma es una prueba de lealtades en la que descubrimos quién y qué tiene en última instancia el poder sobre nuestras vidas.

La Cuaresma es un tiempo para «purgar la vieja levadura» de nuestros corazones. Como tal, la Cuaresma es el tiempo cristiano del pan sin levadura.

La Cuaresma es una maduración de la gracia del bautismo cristiano; un ejercicio práctico para morir al pecado y resucitar para caminar en una vida nueva.

La Cuaresma es un tiempo de mortificación consciente de la carne para que podamos vivir a través del Espíritu.

La Cuaresma es un Exorcismo. Algunas formas de opresión demoníaca no son derrotadas sino a través de la oración y el ayuno.

La Cuaresma es una guerra espiritual. Es un asalto a los pecados que nos acosan y un ataque al lastre que impiden nuestro crecimiento en la gracia.

La Cuaresma es eminentemente trinitaria en su enfoque; atestigua la realidad de que el Dios impasible se esforzó por sufrir con y por su pueblo. Esta condescendencia inimaginable tuvo lugar en el Verbo que siempre habla; el segundo yo de Dios en la persona de Jesucristo, y ello sin romper el vínculo del Espíritu que sustentaba tal empresa.

La Cuaresma retrata a un Dios que no es ajeno a la historia de su pueblo. El Dios Eterno tomó el tiempo en su seno, aprendió a contar sus propios días mortales con los diez dedos de las manos y de los pies, y escribió su propio nombre en la cima de la historia humana.

La Cuaresma obliga a un mundo maltratado a contemplar a su Dios ensangrentado en la cruz que rompe la maldición. Le dice que el poder de la maldición se rompe sobre la espalda de Cristo crucificado. ¡Mira y vive!

La Cuaresma nos ofrece el borde filoso sobre el que se cortó la alianza eucarística. Ese cuerpo roto, entregado por ti, es el recordatorio consumado de que Dios se complace en reparar el mundo a través de cosas rotas.

La Cuaresma es Antropológica. Se toma en serio lo que Dios dice sobre la naturaleza de la humanidad.

La Cuaresma se basa en la Teología propiamente dicha. Dios es santo y nosotros estamos llamados a emular esa naturaleza sagrada. Además, la Cuaresma nos enseña a no despreciar el castigo del Señor por el que somos «partícipes de su naturaleza divina».

La Cuaresma es Cristológica. Nos recuerda que Dios, en Cristo, se encarnó y aprendió la obediencia a través del sufrimiento. La Cuaresma nos abre a la carga de la cruz y a la bendición de un Sumo Sacerdote conocedor de nuestras dolencias cotidianas.

La Cuaresma es Pneumatológica. Enseña la dependencia del Espíritu de Vida que nos libera del cuerpo de la muerte.

La Cuaresma es Soteriológica. Nos recuerda nuestra pecaminosidad innata y la redención que nos fue ganada a través de una cruz ensangrentada y una tumba derrotada.

La Cuaresma es Eclesiológica. Nos recuerda nuestro lugar común en la comunión de los santos. Ayunamos juntos. Oramos juntos. Nos arrepentimos juntos. Esperamos juntos. Nos esperanzamos juntos.

La Cuaresma es Escatológica. Nos recuerda que el ayuno es un esfuerzo temporal porque el pecado y sus consecuentes sufrimientos son sólo temporales. Además, todos los ayunos se cancelan cuando llega el Esposo. En última instancia, la Cuaresma llama nuestra atención sobre el banquete de bodas en las bodas del Cordero.

La Cuaresma es Misionera. Es un testimonio público del Nuevo Israel -la Ciudad brillante sobre una colina- a las naciones que aún tropiezan en la oscuridad. Es un tiempo en el que se recuerda a los mendigos, antes hambrientos, que deben decir a otros mendigos dónde pueden comprar el pan suficiente y sobrante sin dinero y sin precio.

La Cuaresma es Contracultural. Declara un «no» rotundo al mundo, a la carne y al diablo.

La Cuaresma informa nuestra oración. Nos lleva a Getsemaní y nos enseña a decir: «No mi voluntad, sino la tuya, Señor».

La Cuaresma nos enseña la lógica del Padre Nuestro. Nuestra búsqueda del pan de cada día está vinculada, por una parte, a la voluntad del Padre del reino eterno y, por otra, a la batalla cósmica contra la tentación carnal y la sutil atracción del maligno.

La Cuaresma nos permite orar el mea culpa y confesar el felix culpa sin ninguna contradicción interna.

La Cuaresma es una súplica basada en la inspirada oración «que la paciencia tenga su obra perfecta, para que seáis perfectos y enteros, sin que os falte nada». De este modo, el ayuno durante la cuaresma es una expresión práctica de la paciencia.

La Cuaresma se toma en serio lo físico y los apetitos carnales. Al hacerlo, es preeminentemente anti-gnóstica. La Cuaresma se desprende de una sólida teología de la creación.

Si observas la cuaresma para liberar tu cuerpo de tu alma, entonces no eres un cristiano sino un hereje gnóstico. La Cuaresma, bien entendida, consiste en liberar el cuerpo y el alma para servir mejor al reino de Dios.

La Cuaresma asume tanto la bondad de las cosas creadas como la propiedad del placer. La abstinencia, entonces, es simplemente una apreciación de la jerarquía divinamente establecida de los dones de gracia de Dios.

La Cuaresma nos recuerda que no sólo de pan vivimos, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

La Cuaresma trata de cultivar los deseos más que de frenar los deseos.

La Cuaresma tiene como objetivo final la resurrección y la visión beatífica. Por lo tanto, puede ser útil pensar en ella en términos estéticos, así como en términos ascéticos.

La Cuaresma es una defensa contra el introspeccionismo morboso. Al dar al auto-examen el lugar que le corresponde, libera al cristiano de la tendencia a mirarse el ombligo durante todo el año.

La Iglesia cristiana consideró prudente observar la Cuaresma una vez al año para no cometer el error de observarla una vez a la semana. Sin un tiempo de penitencia, nuestra tendencia es extender la púrpura sombría a lo largo de todo el calendario, siendo los domingos los más castigados en el proceso. Debemos recordar que los domingos son siempre días de fiesta, ya que es en este día cuando el Señor nos llama a su presencia y a su mesa. Los sábados están necesariamente excluidos de los ayunos cuaresmales porque todos los domingos son de Pascua.

La Cuaresma nos obliga a contar nuestros días y a recordar que somos polvo para aplicar nuestro corazón a la sabiduría.

La Cuaresma nos llama a festejar las promesas aún no cumplidas. A abrazar la esperanza. A entrenar el ojo de la fe para ver lo invisible.

La Cuaresma es una temporada de alegría porque nunca se separa de la historia más amplia de la resurrección y la victoria consumada.

La Cuaresma enseña a una generación sentimental a lamentarse con esperanza. Y al hacerlo, da testimonio contra nuestro sentimentalismo sin raíces y nuestro pesimismo más arraigado.

La Cuaresma es tanto una procesión nupcial como una marcha fúnebre. En la fe cristiana, se formó una novia a partir del costado desgarrado del último Adán. Y estos son los días en los que ella lava sus ropas, odiando los vestidos manchados por la carne.

Nos «lavamos la cara» cuando ayunamos durante la Cuaresma por la misma razón que los Hijos de Israel llevaban zapatos mientras comían la Pascua: porque vamos a alguna parte.

La Cuaresma es un despojo de la vida. Se trata principalmente de renunciar a un poco de placer para dejar más espacio a la alegría.

La Cuaresma tiene que ver con la gratitud. Cuando inclinamos la cabeza en señal de arrepentimiento, el Cielo invoca el Sursum Corda, y nuestros corazones se elevan en alas de la acción de gracias. Y allí, en esos sagrados atrios, en los que no deberíamos tener ningún derecho a estar, Dios se entrega a nosotros a pesar de nuestros múltiples pecados. Ante esta realidad, la gratitud es razonable y natural. De este modo, incluso la Cuaresma se convierte en una eucaristía.

La Cuaresma está arraigada en la bondad incondicional de Dios. La mujer sabia de Tecoa dijo que somos como «agua derramada en el suelo que no se puede volver a recoger». Y sin embargo, Dios «ideó medios para que los desterrados no fueran expulsados de él». La Cuaresma trata de la increíble bondad de la misericordia de la alianza.

La Cuaresma tiene que ver con el dar. Isaías 58 nos recuerda que el ayuno que el Señor eligió para su pueblo nos llama a dar comida a los hambrientos, ropa a los desnudos y refugio a los sin techo. La Cuaresma no es simplemente un tiempo para renunciar a algunas cosas, es también una oportunidad para dar buenos regalos.

J. BRANDON MEEKS
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J. Brandon Meeks es escritor, músico de estudio y erudito cristiano. Trabaja en su parroquia local como teólogo residente. Se doctoró en la Universidad de Aberdeen, Escocia. También es aficionado al fútbol de Alabama, al blues y al queso. Escribe regularmente en el blog www.highchurchpuritan.com.